1.1.15

Inicio de año

Hoy, primero de enero, me cagó un pájaro. Estaba en el jardín, tomando un poco del parsimonioso sol de invierno que caía entre las ramas de un árbol, cuando sentí un leve pero macizo golpecito en el hombro. No tuve ni qué voltear para saber lo que era, pues confieso que mi suerte con cagadas de pájaro es ya recurrente.
            Por un momento, y dada la coincidencia de ser el primer día del año, pensé que el acto estaba abierto a cualquier interpretación esotérica — tal vez era una pésima señal que vaticinaba un año de mierda, o que quizás quería decir todo lo contrario y era más bien una suerte de presagio de buena salud o de conquistas exitosas. Podría haber pensado que la casualidad de tener una cagada de pájaro en el hombro era en realidad un designio divino, una manera de abrir con bombo y platillo un año que pintaría para cualquier cosa, una nada azarosa coincidencia espaciotemporal que marcaría mi destino; ya sabrá el lector, supersticiones de año nuevo. Pero no, no soy dado a ese tipo de elucubraciones.

            Lo que hice fue sonreír, recordar con cierta añoranza todas las otras ocasiones en que me ha cagado un pájaro, caminar a la cocina y limpiar con un trapo húmedo la viscosa mezcla albiverde que se posaba sobre mi hombro. Me cambié la camiseta y, gustoso de saberme abierto al capricho del tiempo, me senté a comer el recalentado. Ya el año será lo que sea, pero yo lo empecé con una cagada de pájaro en el hombro.