13.6.24

En contra de la forma-pareja

 

CLÉMENCE X. CLEMENTINE Y ASOCIADAS DE LA PANDILLA DE MORRAS DEL VENENO INFINITO

Traducción libre de Joaquín Díez Canedo N.
No tengo los derechos de este texto. La idea es que circule libremente.

“No más madres, mujeres o niñas, ¡destruyamos a las familias!” era una invitación a romper gestualmente con la cadena de eventos ya esperados para dar rienda suelta a potencialidades comprimidas. Era un reventar los amoríos de mierda, la prostitución cotidiana. Era un llamado a superar a la pareja como la forma elemental para gestionar nuestra propia alienación.
Tiqqun, “How to?”

Los flujos libidinales atraviesan el mundo social. Las relaciones amorosas y sexuales no existen en un ámbito que se encuentre aislado del resto de la sociedad. Más bien son elementos constitutivos de casi todos los aspectos de la vida social. El deseo fluye y circula entre los lugares de trabajo, los debates intelectuales, la organización política, los círculos artísticos, los parques infantiles y los cementerios. Un paciente anciano agarra el pecho de una enfermera que se encorva sobre él. Un funcionario del gobierno desnuda a su becaria recién contratada hasta dejarla en tanga durante una importante sesión informativa en su despacho. Un hombre encarcelado acerca la mano al cristal de la sala de visitas en un intento por sentir a su mujer tras veinte años de separación física. Estos flujos de deseo libidinal operan entre y dentro de mecanismos sociales más amplios, de modo que contribuyen a dar sentido a las dinámicas de la vida económica y política. El deseo, que es a menudo el centro de la política, impregna el llamado “terreno de lo público".

El patriarcado somete incesantemente estos flujos de deseo a un sistema de organización, una lógica que subvierte los flujos deseantes en contra de sí mismos. A esta canalización y organización del sexo y de las relaciones amorosas la llamare la lógica de la pareja. Esta lógica canaliza, simplifica y reduce el deseo amoroso a las necesidades del patriarcado dentro del modo de producción capitalista. Esta lógica supone que las mujeres sólo tienen un sitio para satisfacer sus deseos sociales y sexuales: una relación romántica con un hombre. La pareja funciona como el umbral, la cuota tributaria, la llave de oro que permite a una mujer participar en el mundo social. La pareja promete que ya no se sufrirá de alienación, ni de aislamiento, aburrimiento o desarraigo al entrar en sus garras. La pareja otorga a la mujer personalidad y visibilidad social. Ella obtiene un título, una temporalidad, un espacio a través de la pareja. El matrimonio consagra esta lógica y perpetúa con ello a la forma específica que asume el patriarcado en el capitalismo.

Dentro de las relaciones sociales patriarcales, la acción y el discurso surgen de un grupo de hombres que se interesan los unos en los otros. En los círculos intelectuales, políticos o artísticos, grupos de hombres suelen monopolizar la capacidad de participar en la producción de acontecimientos o ideas. Esto no quiere decir que hagan algo que sea particularmente interesante. El patriarcado ha excluido sistemáticamente a las mujeres de la acción y el discurso, relegándolas en tanto clase a realizar el trabajo no asalariado de la reproducción social. Más que un concepto esencialista, la categoría de mujer se deriva de un modo de explotación de género y relega ciertos tipos de trabajo a una esfera privada y no asalariada. Mientras que las mujeres se emplean en trabajos asalariados además de que realizan las tareas domésticas, los hombres crean la esfera de la vida pública para alejarse de la tarea que implica asumir que son superfluos y banales.

Los hombres garantizan a las mujeres el acceso a la acción y al discurso si éstas desarrollan relaciones sexuales con hombres que pertenecen a aquellos mismos círculos. Las mujeres sin pareja, esos perros sueltos, permanecen en la periferia, siempre mantenidas a distancia del espacio donde se desarrollan los debates, los proyectos y los acontecimientos. La pareja actúa como una forma social que obliga a que, para participar en cualquier práctica o ámbito que deseen, las mujeres deban vincularse a los hombres a través del mecanismo de la pareja. La forma-pareja constituye a menudo el único dispositivo que protege a una mujer de la misoginia de un grupo de hombres. ¿Quién es? Oh, creo que es la novia de Tito, la ex de Rubén. A las mujeres se les reconoce por sus relaciones con los hombres, no por sus contribuciones a la vida intelectual o política. La vida de las mujeres se reduce a ser la esposa de R o la amante de J; nunca son poetas, teóricas o revolucionarias por derecho propio.

Las mujeres eligen distintas estrategias cuando se enfrentan a las relaciones sociales patriarcales y a la lógica de la pareja. Una mujer va detrás de un hombre con poder en determinados medios. Otra siempre necesita tener a un hombre a su lado y aceptará prácticamente cualquier cosa para lograrlo. Hay otras que se deleitan en la confianza de ser la novia de fulano, o que se sientan alegremente en el “sofá de las novias” a esperar durante el ensayo de la banda. Hay mujeres que se deprimen en los intervalos en los que no tienen novio. Otras que ven al hombre con el que están como un espejo de sus propias proezas. Hay quienes esperan a un hombre lo bastante impresionante como para hacerlas progresar. O mujeres que monopolizan su trabajo intelectual al quedarse despiertas hasta tarde escribiendo correos electrónicos en los que se disculpan con sus novios en lugar de redactar sus propios poemas, teorías o planos arquitectónicos.

La lógica de la pareja media las relaciones de la mujer consigo misma, así como con otras mujeres. En la producción de sí misma como mujer, sigue siendo consciente de la necesidad constante de hacerse deseable, de hacerse merecedora del deseo de un hombre, de ser apta para el amor de un hombre. La subjetivación femenina contemporánea del tipo “¡vamos, amiga, te lo mereces!” ha codificado la servidumbre individual de la mujer como la única vía para su autorrealización. Cierto es que las olas feministas posteriores a 1950 reconfiguraron la posición de las mujeres en el capitalismo y su relación con los hombres, pero esto no necesariamente la hizo menos opresiva. El pseudo-empoderamiento de las mujeres para acostarse con cualquiera, pintarse los labios y comprarse chocolates si así lo desean no supone ningún cambio significativo en su explotación estructural. ¿La femme fatale, la bailarina de burlesque, la mujer ejecutiva tiene un hombre, o un hombre las tiene a ellas?

Una mujer puede interiorizar completamente las exigencias de la pareja, reproduciéndose a sí misma como atractiva, deseada y buscada -rasgos que deben ser producidos- incluso mientras despotrica contra el macho depredador sexual. La lógica de la pareja ha reforzado la relación directa de la mujer soltera con la mercancía, el imperativo de producirse a sí misma en tanto mercancía. Al igual que en la esfera de la circulación -donde supuestamente compradores y vendedores intercambian equivalentes-, la mujer soltera intercambia horas de acicalamiento, tonificación y depilación por la capacidad de ser comprada por un hombre en el mercado de la carne. La pareja media las relaciones entre las mujeres en la medida en que éstas interactúan no para profundizar su conexión mutua, sino para chismear sobre los chicos, para procesar sus relaciones con los hombres, para intercambiar tecnologías de feminidad que les permitan mejorar su estatus ante los hombres. De este modo, la forma de pareja persigue a las mujeres aun cuando están solas o con otras mujeres.

No hay que disociar el deseo de una relación sexual con un hombre del patriarcado. ¿Quiénes son esos novios? ¿Qué cree que conseguirá una mujer al tener uno? En resumen, todo. La pareja representa el deseo mismo, una vez consagrado, canalizado y reducido por el patriarcado a un único objeto. En lugar de brotar anhelos de negación o superación, las jóvenes planean sus bodas cuando están aún en el jardín de niñxs. ¿Por qué una mujer se vende por un vato chaqueto? Se entrega a la pareja con la esperanza de mitigar su alienación y aumentar su sensación de "seguridad", del mismo modo que una ciudadana se entrega a un Estado represivo en el que confía para que la mantenga segura. Aunque quizás no sea visible al principio, la pareja la alienará y aislará aún más. Tendrá que responder ante su marido además de ante su jefe, entrando en una relación de hiper-explotación.

La camarada Valerie Solanas presta atención a la función atomizadora de la pareja: "Nuestra sociedad no es una comunidad, sino una mera colección de unidades familiares aisladas. Desesperadamente inseguro, temiendo que su mujer le abandone si está expuesta a otros hombres o a cualquier cosa que se parezca remotamente a la vida, el hombre trata de aislarla de otros hombres y de la poca civilización que existe, por lo que la traslada a los suburbios, que son una colección de parejas ensimismadas con sus hijos".1 ¿Cuánto puede perdonar una mujer? ¿Cuánto deja pasar? ¿Cuánto tiempo tolera que las cosas estén mal, podridas, jodidas? Evita la ruptura a toda costa porque desobedecer la lógica de la pareja le impedirá acceder a los mecanismos precisos que supuestamente la salvan de esta existencia desdeñosa. La apariencia de cuidados y una promesa de solidaridad futura la convencen de permanecer en unas circunstancias insatisfactorias y patéticas.

La pareja funciona a la vez como el problema y su solución. Si no es éste, sólo necesita otro novio, uno que la trate mejor. La mujer puede sentir la náusea de la ambivalencia, de estar atrapada entre la obsesión por el poder fálico y la repulsión que siente frente a él. No sabe qué es más grande, si la melancolía de la pareja o la melancolía de denunciarla como forma social. La mayoría opta por la tristeza de la pareja frente a la alienación de verse liberada de sus garras. El capital le presta su apoyo en todo momento, sugiriéndole que vea una comedia romántica con sus amigas cuando tenga el corazón roto o proporcionándole infinitas formas de personalizar su vestido de novia. Al igual que sucede en el marco de la política electoral, que limita el alcance de la crítica a si las personas que ocupan cargos públicos son buenas o no, corruptas o no, la forma de pareja atribuye los problemas de las mujeres a salir con el hombre equivocado y no a la forma de la pareja en sí. Mientras sigamos invirtiendo en la idea del amor romántico como salvación, como principio rector contra el aislamiento y hacia la plenitud, seguiremos atadas a la forma-pareja.

Como otra faceta de este constante presentar a la pareja como la única solución, los discursos en torno a las medidas de austeridad y la reestructuración neoliberal la enmarcan como un remedio para la pobreza. A menudo surgen historias de jóvenes que oscilan entre la pobreza y la cárcel como resultado de ser madres solteras, especialmente dada la ausencia del padre, como si la restitución de la pareja pudiera remediar la pobreza y el racismo estructural producidos por el capitalismo. Los burócratas del Estado les dicen a las mujeres que la pareja y la familia han sustituido a los programas de asistencia social: no necesitas ayuda para el cuidado de los niños o apoyo para comprar alimentos; ¡necesitas un hombre! La forma más segura de salir de la pobreza es casarse. Mientras que muchas mujeres quizá nunca tengan acceso al empleo, las que sí trabajan por un salario se enfrentan a una discrepancia de género en los ingresos, lo que probablemente las obligue a depender de los salarios de sus parejas para mantener a sus hijos. Estos mecanismos económicos preservan la vehemencia de la forma de pareja como una trampa para las mujeres dentro del capitalismo, que enmascara el trabajo no remunerado para volverlos actos de amor y cuidado.

La lógica de la pareja ha sustituido a la lógica de Dios. En la radio se escuchan innumerables testimonios sobre la posición absoluta de la pareja: " Tú eres lo único que importa, no puedo seguir viviendo sin ti ", o más evocador: " Every breath you take / And every move you make / I’ll be watching you ". La mayoría de las canciones de amor contienen o empiezan por "yo", pero el "yo" es en realidad todo el mundo arrodillado bajo la forma social generalizada de la pareja. La mirada masculina ha sustituido a la mirada divina. Como Artaud nos ha pedido "Para acabar con el juicio de Dios" (Pour en finir avec le jugement de dieu), acabemos con el juicio de los hombres.2

Analizando esta dinámica, cabe preguntarse si las mujeres pueden optar por no formar parte de la pareja, quizás a través de explorar con aventuras promiscuas. Puede ser que esta opción se quede corta. No hay que confundir el poliamor con un paradigma post-pareja. El poliamor es una multiplicación de la lógica de la pareja, no su destrucción. El sexo ocasional, las parejas principales, la disponibilidad física y emocional y otras distinciones de este tipo contienen en su seno a las relaciones amorosas que suceden dentro de la negociación de la pareja. El poliamor produce las formaciones cotidianas de la pareja sin el compromiso formal que implica, expandiendo su territorialidad y sus tentáculos de pulpo que succionan el deseo dentro de su propia lógica. Las relaciones poliamorosas o promiscuas funcionan como estrategias para que las mujeres naveguen por las relaciones sociales patriarcales en lugar de romper con ellas o negarlas.

La lógica de la pareja penetra tanto en las relaciones queer como en las heterosexuales. La homonormatividad y la asimilación gay han moldeado las relaciones queer a tomar la forma de la pareja heterosexual. Más que una subversión de las relaciones sociales heterosexuales, los homosexuales liberales asimilacionistas han luchado por el derecho de encajar en la lógica de la pareja: de casarse y llevar un vestido de novia, de crear núcleos familiares capaces de proteger las relaciones de propiedad. Los homosexuales de este tipo perpetúan las normas heterosexuales y la falocracia mediante categorizaciones y juegos de rol, que codifican aún más los deseos y constituyen el sexo dentro de la lógica de la centralidad y la autoridad fálicas. Las parejas del mismo sexo no escapan ni a la territorialidad impuesta al deseo ni al refuerzo y la fidelidad de la pareja a las relaciones sociales represivas.

Desmontar la lógica de la pareja no indica una aversión al amor, sino una crítica a la orientación del amor que se dirige hacia un objeto concreto. Hay que contextualizar la forma-pareja dentro del patriarcado, ya que el llamado "amor" nos llega a través del aparato de género. Denunciar a la forma-pareja no significa rehuir al vértigo, o a las cartas de amor escritas en minúscula cursiva con plumilla o la sensación de que la acera es un trampolín. Más bien, criticar a la pareja implica un análisis del modo en que el patriarcado se ha apropiado del deseo femenino de solidaridad, de intimidad, de excitación, de negación y de acontecimiento en función de consolidar el poder fálico y la acumulación de capital.

Quién no llegaría a esta conclusión: el patriarcado y el capitalismo frustran cualquier posibilidad de amar de un modo que libere de la lógica de la pareja o de la propia opresión. Liberar el amor pasa necesariamente por abolir al patriarcado y al capitalismo. No se puede optar por entrar o salir de estas relaciones estructurales, y la lucha contra ellas será un proyecto colectivo e histórico.

En este mundo patético y todavía joven, tenemos sentimientos. A veces miramos a alguien y pensamos que estamos enamoradas. Debemos aplastar la ilusión de que el romance es o será una vía de liberación. Debemos despojarnos de las relaciones románticas como medios a través de los cuales podríamos acceder a un mundo mejor que éste. Al darnos cuenta de que sus economías y convenciones son parte integrante del continuo desastre blando de nuestras vidas, dejaremos atrás a todas las parejas existentes hasta ahora. Nuevas y quizás desconocidas formas de organización feminista muestran la única frontera posible para el amor.

Para aquellos que han aceptado la forma de pareja como una farsa, como una manera de estar que es incapaz de permitir la circulación del deseo, la guerra y el juego, hacemos las siguientes recomendaciones. No se equivoquen: no abogamos por una respuesta subcultural, individualista, vividora o voluntarista a la forma de pareja, ni culpamos a las mujeres que deben permanecer en pareja para sobrevivir materialmente. Estamos, sin embargo, comprometidas con la praxis. Estas pueden ser algunas de las formas que adopte la lucha contra la pareja, coincidiendo con un movimiento más amplio hacia la abolición de nosotras mismas como mujeres.

Vertamos sangre menstrual en los vestidos de novia. Enviemos tigres a las fiestas de compromiso.

Hagamos el amor. Cualquier cosa puede ser sexual. El cuerpo es rico y variado en sus partes y sensaciones. Quedan muchos éxtasis por sentir. Alejémonos de la organización genital de la sexualidad.

Reventemos las parejas, lo que describe Solanas de esta forma: "la banda va a reventar las parejas, va a penetrar en las parejas mixtas (hombre-mujer), donde sea que estén, y las va a reventar".3

Liberémonos del yugo de la pareja (es decir, de la cárcel del amor). Salgamos por la puerta y dejémonos atrapar por la multitud. Pasemos el rato con plantas y animales. Salgamos al espacio. Sustituyamos la díada, la pareja, las dos mitades que forman un todo por términos terceros, cuartos y hasta no necesariamente humanos: ¡ellos tres y esa manada de lobos y ese arbusto! la comuna! la nieve! las tazas de té! los cuchillos! las criaturas!

Desmontemos la idea del amante: No quería besarte per se. Quería todo aquello a lo que tú dabas entrada: el olor a puro, las puertas de la ciudad abriéndose ante mí, las quesadillas, la casa de tu tía en el campo, la sensación de que podía pasear con los ojos cerrados y que nada me haría daño.

Salgamos a dar paseos antiseductores, a hacer cruisings desinteresados que vibren a todo menos a sexo. O como escribe Guy Hocquenghem: "... si salgo de casa todas las noches para encontrar a otro marica recorriendo los lugares donde se reúnen otros maricas, no soy más que un proletario de mi deseo que ya no disfruta del aire ni de la tierra y cuyo masoquismo se reduce a una cadena de montaje. En toda mi vida, sólo he conocido realmente a lo que no estaba intentando seducir".4

Animemos con amor y erotismo otros modos de organización social. Tengamos seminarios, grupos de lectura, organizaciones políticas, una banda callejera, un jardín de rocas más satisfactorio de lo que jamás podrían serlo dos personas en una cama. Amemos de tal manera que se "aniquilen las categorías anticuadas, neuróticas y egoístas de sujeto y objeto", como sugiere Mario Mieli.5

Interroguemos y cuestionemos las formas en que la lógica de la pareja construye a las familias. Reconsideremos los límites de la familia y a quién se visita durante las vacaciones. Repensemos los vínculos sociales más allá de los lazos de pareja, de sangre o legales.

Construyamos espacios feministas autónomos donde las mujeres produzcan su propia acción y discurso. Desterremos la mediación de los hombres en las relaciones entre mujeres.

Impidamos que una sola relación nos aleje de los procesos que contribuyen a la liberación y a la abolición del capitalismo y del patriarcado. Que ningún vínculo se interponga en el camino de la amistad, la organización y el avance de los intereses de clase.

Hagamos inteligible el movimiento de la historia y la praxis revolucionaria como la única historia de amor posible.

No lloramos por la descomposición de la forma de pareja. Nos gusta pensar que es una bendición, un regalo del futuro. Consideramos que la abolición del novio y del marido forma parte del movimiento histórico de superación del capitalismo y del patriarcado. Como ha escrito el camarada Dominique Karamazov, la constelación de relaciones sociales después del capitalismo adoptará un carácter drásticamente diferente: "A medida que el comunismo generalice el libre acceso a los bienes y, entre otras cosas, transforme y aumente el espacio disponible para vivir, serán destruidos los fundamentos y la función económica de la familia. Además, como es la realización de la comunidad humana, destruirá la necesidad de un refugio dentro de esa comunidad".6 Como relación históricamente delimitada, las contradicciones internas de la forma-pareja llegarán un día a su conclusión, y el amor ya no conocerá la territorialidad de las promesas, el género o el sujeto. Además de nuestras luchas en las calles y en las imprentas, abrimos un frente adicional contra la pareja. La lucha feminista sigue siendo el horizonte que se abre ante nosotras.

Até a mi novio con explosivos caseros y lo hice estallar. Su carne se esparció por todas partes. También mi afecto. Estoy harta del amor. Hagamos la política.

1 Valerie Solanas, SCUM Manifesto (New York: Verso Books, 2004) 48.
2 Antonin Artaud, “To Have Done with the Judgment of God (Pour en finir avec le jugement de dieu)” in Selected Writings, ed. Susan Sontag (Berkeley: University of California Press, 1988).
3 Solanas, SCUM, 72.
4 Guy Hocquenghem, The Screwball Asses (New York: Semiotexte, 2010) 51.
5 Mario Mieli, Homosexuality and Liberation: Elements of a Gay Critique (London: Gay Men’s Press, 1980) 56.
6 Dominique Karamazov, ‘Misère du Féminisme’ in La Guerre Sociale, No. 2 (Paris, 1978) trans. Jean Weir as The Poverty of Feminism (London: Elephant Editions, 1998).

10.5.24

Vientos de cambio