Mosquito! Mosquito! buzzing bright,
In the silence of the night,
What immortal hand or eye
Could frame thy fearful flight?[1]
Noche de verano, noche de lluvias, noche de tráfico por
inundación o marcha. Llego a casa después de extensa jornada laboral, sagrado
trabajo que me ganará un lugar en el Cielo. Cansado, ceno algo, me despido y
entro a mi cuarto. (Antes que tenía tiempo me quedaba leyendo con la luz
prendida por un rato, ahora solo quiero llegar a dormir.) Apago la luz, me
acomodo en la sábana, dejo a la suave franela acariciar mi piel dolida, sudada.
Siento mi cabeza entrar en un trance somnífero, apagándose lentamente mientras
hago un repaso idealizado de la jornada. Silencio, todo tranquilo… y entonces
empieza.
Un zumbido leve en
una esquina remota del cuarto: un sonido penetrante que se escucha más en la
parte trasera del cuello que en las orejas, que se siente más en el estómago
que en la cabeza. No quiero abrir los ojos, no quiero prender la luz. Es tarde
y quiero conciliarme con mi propio sueño, que mañana tengo que madrugar.
Decido, oh error, no hacer nada. Tal vez la misericordia me sonría. Pero en ese
momento llega la segunda oleada, esta vez más cerca, más hostil.
Para este momento
me siento totalmente despierto. A cada oleada de zumbidos agito mis manos por
todos lados de manera aleatoria y errática. No consigo nada. Me siento un campo
de batalla, inútil, un mero espectador de una guerra en la cual no debería
estar involucrado. Y si por un momento frena el zumbido, en vez de pensar que
tal vez haya desistido, me imagino algún rincón remoto de mi cuerpo, indefenso
e indefensible, horriblemente incómodo, siendo picado sin piedad por un ser que
no conoce la compasión. (Me imagino al día siguiente, desvelado y lleno de
ronchas, sintiéndome un sarnoso digno de cuarentena, rascándome cada centímetro
cuadrado de un cuerpo mancillado por las injusticias de la noche.)
Sufrimiento peor
no conozco, desesperación más cruda ignoro. Si prendo la luz se calla,
desaparece y se esconde. Si la apago vuelve a aparecer, furioso. Si me tapo de
pies a cabeza me da un calor que me sofoca, si me quedo destapado escucho todo
desde el pie de guerra. Si me muevo a la derecha tendré la espalda picada, si
me quedo de frente, la cara. Si esto dura diez minutos más mañana no podré
despertarme ¿y luego qué? Me correrán del trabajo, mis hijos no podrán estudiar
una carrera, seré el hazmerreír de mi familia, el bufón del barrio, el que pudo
haber sido y no fue.
Y entonces, mientras doy vueltas y desacomodo el delicado orden de las sábanas, me
pregunto, ¿qué lugar tiene el mosco en la Creación, cuál es su destino? ¿Qué
perversión de Dios fue capaz de generar tal sufrimiento? Si Dios es bueno y
noble, ¿entonces por qué; por qué dejas, oh Señor, que nuestras noches sean
perturbadas de forma tan impúdica, que no logremos nuestro merecido descanso? Y
la única respuesta que encuentro es que Dios nos ha abandonado, que Dios no es
tan bueno como pensábamos, que el mundo es sinónimo de caos, y que en todas
nuestras noches escucharemos un zumbido, por leve que sea. Por los siglos de
los siglos, amén.
[1]
Primera versión del Tyger de William Blake, escrito a unas semanas de haber
llegado a la India. Tiempo después, en una arrebatada noche de
inspiración, Blake decidiría cambiar el
objeto de su oda. Nadie sabe bien el porqué, pero yo pienso que probablemente
fue porque le pareció más digno un tigre que un puto mosco.