16.6.12

Hommage à l'hiver

El invierno me pasó de noche: un día desperté y ya había hojas en los árboles y el cielo era azul y podía salir en mangas. No como antes, que tenía que ponerme un suéter, luego dos, luego una bufanda, un abrigo y calcetines de lana con doble pantalón. Ahí, los árboles no tenían hojas y el cielo era en general gris y el sol, cuando salía, era dorado y caprichoso como una mañana eterna y los rayos como ninfas coquetas jugando en los relieves y las molduras de los edificios. Luego, de golpe ya era de noche y el viento se dedicaba a burlarse de todos y hasta si querías podías escuchar casi como si se riera, con ese murmuro ronco y escondido que tiene. La gente ya no sonreía en la calle ni en el metro y el trato era menos amable y caminaban más rápido y los cafés estaban llenos pero sin ruido.

A mi me gustaba ver por mi ventana aunque no tenga vista a nada. Me gustaba porque veía el día, así cortito, pasar. Y sí, salía de repente a congelarme y a hacer mis cosas: veía gente y a veces hasta nos reíamos y hablábamos sorprendidos del frío que nos envolvía como manta ojete y con espinas. Luego entrábamos en uno de esos cafés a intentar recalentarnos, que funcionaba siempre más por estar lleno de gente que por el café en sí. Tomábamos uno, dos, y volvíamos a salir, a caminar por uno de esos bulevares llenos de troncos secos y hojas muertas y coches y luces y viento. Y yo soñaba con la nieve -que nunca vi,- y con todo blanco y con inviernos pesados y quería ¡qué ganas! estar, no sé, en Dinamarca, o en Finlandia, en un invierno en serio en serio, cagado de frío y encerrado en una choza de madera.

Y me quejé, sí, me quejé amargamente: pinche frío. Y me quejé tanto que al final me seguía quejando cuando ya había terminado y no me di cuenta y el cielo ya era más azul y los días más largos y otra vez las faldas y las chanclas y yo, despojado de toda indumentaria, me di cuenta que extrañaba el invierno. Extrañaba esa sensación que hay de casa caliente y chocolate fundido -de fuego ante el frío y de estar encerrado. Extrañaba inmensamente sentirme en un mundo hostil donde todavía hay esperanza porque algún día llegarían los buenos días. Y lo extrañaba porque el invierno es introvertido y lento; y la noche, siempre la noche con sus luces y su vin chaud y sus cenas recalentadas. Y eso, también, estar entre la gente que siente lo mismo, que sabe que sí, todos tenemos frío, todos estamos juntos en esto, todos solos y reflexivos pero ahí, sonriendo y dándonos la mano como apoyo.

Y luego la primavera que sí, es bonita pero no es lo mismo. Todo mundo sonríe pero ya no es una sonrisa cómplice sino simple, y la sensación de hermandad se pierde. Todo se vuelve más rápido y hay gente y niños y perros y picnics en los parques pero ya no somos cuates. Y los árboles te tapan la vista y te sientes arropado por la ciudad y no desahuciado como cuando es invierno y te señala con el dedo. Y el sol, que se vuelve normal y plano y te pega directo y te calienta y ya no quieres ir a un café porque el calor y hay que buscar una sombra. No señores: el invierno es rey y se quedará conmigo hasta que haya otra oportunidad. Hasta entonces, tendré que acostumbrarme al calor.

Los buenos días

París-Buenos Aires en 1 párrafo o así las cosas.


Ah, y buen día y besos enormes y añoranzas terribles y manos vacías con polvos de esperanza y un cometa dirección norte-sur y una bufanda pal frío y un arrumaco en la noche y unos pies descalzos y un par de cigarros sin fumar y dos chelas vacías y un cuarto pequeño pequeño y dos ríos enormes y puentes y más puentes y aeropuertos, también, con miles de kilómetros y una sola meta: volverte a ver.

Me gusta verte dormir o stream of consciousness


Me gusta verte dormir, duermes con una sonrisita bien padre y la ventaja de que no esté ahí es que puedes dormirte, que si no estaría llenándote de besos o mirándote tan fijamente que te sentirías incómoda. El problema, además, es que yo no dormiría nada, por lo que al día siguiente estaríamos muy cansados los dos. Estaría tan prensado a ti que sentirías mis propios espasmos antes de quedarme dormido, y tendrías mi nariz adentro de tu oreja. Mi mano, ya dormido, sería como una ruina desfallecida en tu espalda, cansada ya de tanto acariciarla. Mis piernas serían como las ramas de un árbol parásito, entrelazándose con las tuyas e invadiendo cada rincón en un intento por tocar la mayor superficie posible de tu piel. Y de tu boca... qué decir de tu boca... La haría mi segunda casa, mi capilla de oración mañanera, mi cuarto para dormir, mi cajón más íntimo, pero también sería mi parque, mi columpio, mi juguete favorito, y en las noches, besándola, le construiría catedrales enteras y pasearíamos por todas las galerías tomados de la mano, tu boca y yo, escondiéndonos de todos los males y olvidándonos por un momento -porque acuérdate que estamos dormidos,- de todo lo demás.

Así sería si ahorita pudiera estar contigo.