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Siendo
honesto yo me dejaría caer hacia atrás, primero relajando el cuerpo y luego dejando que mis rodillas cedieran ante la densa gravedad, enclenques y sin voluntad propia, para después sentir cómo mi culo sería jalado por un hilo negro que tiraría fuerte del perineo, llevándolo súbitamente hacia abajo. Después seguiría mi columna, que intentando mantenerse digna se curvaría por el intento de sostener la cabeza recta —esa cabeza que lleva ya mucho rato rendida (tal vez es lo
primero que cae)— y que descendería acompañada de dos brazos frágiles —que para este punto no serían ya mas
que dos harapos lanzados hacia arriba. Las manos, extendidas, serían lo último que se
rendiría ante el vacío, dejándose ir con todo el resto de mi derrotado cuerpo hacia
ese negro hoyo negro que hay detrás de mí, en lo que antes llamé suelo, y que ahora me
recibe sin prejuicio alguno, muy amable, dispuesto a hacerme uno con todos los
que han hecho antes lo mismo.
Hoy, parado en este cuarto oscuro en esta noche
negra y sin más futuro que mi propia mente, yo abandonaría mi cuerpo a su
suerte, costal de huesos, y me dejaría caer, hacia atrás, para conocer el
precipicio hasta llegar al fondo, en mi último acto de amor propio.
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