El país está en guerra y punto; eso no se puede negar. Basta
echar un vistazo a cualquier periódico y por lo menos se verán dos o tres notas
que van desde algún asesinato hasta de plano cuerpos mutilados y sangre regada
a montones por el piso. Zonas enteras del país viven con la angustia de no
poder hacer su vida normal por el miedo constante de terminar en medio de una
balacera y el número de muertos crece cada día y no parece terminar. La
situación empeora cuando la gente ya no sabe en quién confiar: por un lado, el
Gobierno Federal intenta mantener el orden público a través de las policías y
el ejército, pero parece que éstas están metidas hasta las manitas en los
queveres de los grupos criminales. Por otro lado la prensa, sensacionalista
como siempre, publica solo las notas que le conviene y no plantea el fondo del
problema; por último los grupos criminales, quienes abusan de los primeros para
mandar un mensaje: nosotros no doblamos las manos y seremos tan ojetes como
podamos para que quede claro. Mientras, la sociedad civil que se joda.
Pero la
vida –por lo menos la mía,- sigue. Chilango primero por nacimiento y luego por
afiliación moral, vivo en una ciudad que si bien por mucho tiempo fue considerada
por propios y ajenos como un lugar de cuidado, ahora se ha vuelto un respiro
dentro del caos nacional. Y no, no es que las cosas se hayan calmado en la
ciudad, simplemente cuando se contraponen con lo que sucede en otras regiones
parecemos de primer mundo.
Mi vida, que para mi es complicadísima,
es lo más normal para cualquier persona de mi edad: tengo problemas amorosos,
agobios existenciales, necesito trabajar porque quiero independizarme, igual y
hasta conseguir una beca y hacer una maestría fuera. Sin embargo todo esto
suena frívolo cuando pienso en la gente que vive en, digamos, Piedras Negras, o
en Ciudad Juárez, y que no pueden ir a un
bar a tomarse una chela el viernes ya no porque sea peligroso sino
porque ya no hay pinches bares.
Por
supuesto que me llena de tristeza saber que mis compatriotas sufren día a día;
pero me entristece mucho más darme cuenta que no hay nada que pueda hacer por
ellos. ¿Cómo enfrentarse, alguien que está por terminar la carrera y tiene que
ponerse las pilas y chambear, al problema más serio que ha tenido este país en
mucho tiempo? Me duele ver sangre derramada por corrupción y por negligencia e
impunidad, ¿pero qué chingaos puedo hacer?
Y luego el
DF, donde todo mundo se la pasa tan bien: bares a pasto, calles llenas de gente
mentando madres por cualquier cosa -la ciudad amurallada que ve hacia fuera con
ojos de “se los dije” desde lo alto del Ángel de la Independencia, desde el
metro atiborrado de vendedores “de a diez” y conversaciones sobre las obras del
segundo piso. Y yo, claro, habitante de esta ciudad monstruo, me trepo al
metrobus nocturno a escuchar a Paulina Rubio en TeleUrban y a olvidarme del día
tan pinche en la chamba y cansado de tener que pensar en la puta tesis. A ver,
cabrones, ¿hay algo mal? Digo, yo entiendo perfectamente el tema de querer
llevarla leve, ¿pero no estamos siendo demasiado
leves?
Y no, no me
refiero a bombardear el canal dos con mensajes chantajistas que busquen
conmover al público para interesarse en el tema; tampoco señalo con el dedo
acusador a la gente que va tranquila a casa a cenar con sus hijos y que lo
último que quiere es estar escuchando de una balacera a 1500 kilómetros al
norte; pero en serio nadie se va a preocupar por generar interés en una guerra
que si bien –y por suerte hasta ahora,- no ha entrado en el DF, afecta a más de
la mitad de la población de esta “nuestra tierra”.
Ah, pero
cómo nos gusta a los chilangos escaparnos de esta pinche ciudad que nos tiene
hasta la madre, e irnos a Aca a la playa o a Pátzcuaro en Día de Muertos o a
Culiacán a ver nalgas y comer aguachiles. Ah, cómo nos llena de orgullo nuestro
gobierno de izquierda y vemos a esos pobres provincianos todavía con
gobernadores priístas como una bola de ignorantes que no quieren progresar.
Pero a nadie parece preocuparle saber que Acapulco es la segunda ciudad más
peligrosa del país, que cualquier comerciante en Pátzcuaro tiene que pagar
cuotas de “protección” a La Familia Michoacana (protección de ellos mismos, por
supuesto), y que Culiacán vive asediado eternamente por la presencia del Cártel
de Sinaloa.
Ahora,
claro, llegan noticias de asesinatos a nuestros alrededores. No sé, pero a mi
me causa pánico saber que el ejército ya está metido en Chalco y en Neza. Y sí,
es el Estado de México, nuestro Mordor circundante, pero no hay que olvidar que
Neza colinda con el aeropuerto y que la línea A del metro va de Pantitlán hasta
Chalco. ¿Tomaremos conciencia los chilangos de que esta guerra sí nos afecta?
¿Finalmente se pondrán los pies sobre la tierra, “nuestra tierra”, y tomaremos
una postura como ciudadanos?
Yo espero
que sí, y que sea pronto, que puede ser que en una de esas nos agarre
desprevenidos y ni a la Condesa podamos salir a chupar. Ahí sí que ya nos
llevaría la chingada.
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