17.11.12

El retrovisor

Me dicen que ayer tembló, pero yo no me di cuenta. Llegué tan cansado de la chamba que nomás me acosté y me quedé dormido. Pero qué bueno que no sentí nada, que a mi esas cosas me ponen mal. No sé, cuando se está moviendo todo así de gacho siento que me pierdo, me siento ridículo, me mareo. Pero ahora como si nada.

La verdad es que me pongo de fatalista. Me imagino la peor situación posible: mi casa se cae -en el incendio, mi mamá llorando, -¿has visto a tu hermana? No la encontramos por ningún lado-, así. 

    Hoy me toca ver al Vochas, que vive fuera y cada que viene nos junta a todos. Está bien, es divertido vernos de vez en cuando y platicar. Quedo con Ana y con Pablo de ir juntos. Veo a Pablo antes y compramos unas chelas; pasamos por Ana y llegamos como a las diez. Ahí están todos. Después de un rato, Pablo me ofrece un toque que nos fumamos entre los dos. Mientras, estamos cotorreando con el resto, cagados de risa, hablando de que si a Víctor se le ve la lonja, que si alguien sabe qué pasó con Bárbara, que si el Chili ya se va a casar.
    A las 2, cuando ya se me bajó, Pablo y Ana me piden raid de regreso. El camino no es largo, pero cruza el barrio. En general es tranquilo, pero en la noche, especialmente después de las once o doce, la cosa se pone brava.

Nunca le ha pasado nada a alguien que conozca, pero de todas maneras a mi me da miedo.

Primero pasamos por casa de Ana, pero como de vuelta de casa de Pablo a la mía pasamos por su casa, le digo que si me acompaña a dejarlo. En el camino seguimos platicando. Dejado Pablo, el regreso a casa de Ana es rápido.
   -¿Entonces nos vemos mañana, no?
   -Sí, a las seis y media.
   -Camara, Anita, que descanses.
   -Te vas con cuidado.
   Cierra la puerta.
   Ahora sí, a dormir. Arranco cuando veo que Ana entra a su casa. Lo primero que pienso es que estoy super cansado y me imagino mi cama, esperándome.  En el camino me doy cuenta que siempre he tenido una fascinación con los faroles. Me encantan. Me gusta cómo echan su luz para abajo, sin poder ver al resto; me gusta que sean puntuales y marquen su territorio, como soldados. Siempre he sentido que están ahí para entretener al que maneja, para darle cierto ritmo al camino, para que no nos quedemos dormidos.
   Dos cuadras más adelante paso un tope y al siguiente farol pasa: de reojo distingo a través del retrovisor que hay alguien en el asiento de atrás. Por un segundo pienso que una chica -¿Ana?-, me está viendo. Mi corazón empieza a latir más fuerte. Se me sube la sangre a la cabeza. Veo el espejo de frente: obviamente no hay nadie.

Es mi pacheca. Igual y todavía estoy un poco puesto y nomás me estoy espantando al pedo.

Estoy malviajado y el barrio me da miedo. Me digo tranquilo, respira, ya casi llegas, pero las bandas de gente chupando en la calle y los coches desvalijados no me ayudan a calmarme. Además, cada vez que paso por debajo de un farol, el juego de luces me hace verla. A veces todavía volteo al espejo, como esperando que si volteo rápido igual y no le da tiempo de desaparecer y la veo. Después de un tiempo ya sé que no es Ana.

Sé que no es nada pero todo el tiempo estoy esperando algo, no sé, que me ponga la mano en el hombro y sentir las hormiguitas subiendo por mi espalda, sentir que me hable al oído y me diga en un susurro que ella también tiene miedo del barrio, que también tiene miedo de perderse y que le hagan daño, que también tiene miedo de lo otro, de lo fuera de control. Y luego el ojo, clarito lo veo, está ahí.

Respiro: un poquito más y ya llego. Entro a una calle que tiene una pared de remate. Cuando paso de frente, las luces iluminan la silueta de un tipo que está ahí recargado, chupando. Doy vuelta, aparece otro, de frente, caminando hacia mi. Puta madre. Del susto acelero y los dejo atrás.

Sigue aquí, lo sé: puede ser que esté pacheco pero ahí está, lo sé, la puedo sentir.

Ya estoy a dos cuadras y me siento más tranquilo, pero los faroles la siguen iluminando a cada tanto. Respiro profundo, paso un tope, meto primera, direccional a la derecha, doy vuelta y entro a mi calle, más oscura que de donde vengo. Entonces veo mi casa a lo lejos y cuando llego, freno y apago el coche. Por fin llegué.
   -Estoy cansada, me dice, ¿ya llegamos?
   Valió madres.
   -Sí, le contesto resignado, es aquí.

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