Bien lo decía Gary Lineker: el fútbol es un deporte que
juegan 22 güeyes que patean un balón durante 90 minutos, pero al final siempre
ganan los alemanes. Y es que lo que caracteriza al fútbol alemán es su absoluto
pragmatismo. Nada de derroches superfluos de técnica, nada de tácticas “ratoneras”,
nada de andar especulando con el rival. El objetivo del fútbol es simple: meter
gol. ¿Cuántos? Un alemán contestará -los que se puedan, los que se puedan meter
en 90 minutos.
24.4.13
16.4.13
Pedro Ramírez Vázquez
La muerte de Ramírez Vázquez (16 de abril 1919 – 16 de abril 2013) es
un ejemplo perfecto del estado de la crítica arquitectónica mexicana. Desdeñado
por muchos porque “él no fue” el autor principal de sus más destacados
proyectos, Ramírez Vázquez no entra dentro del mainstream de los arquitectos famosos, en donde sí se incluyen
personajes mucho más aburridos como arquitectos, y en general como personas. Sin
embargo, ¿hay algún proyecto de alguno de estos arquitectos –Teodoro,
Legorreta, Agustín Hernández- que tenga algo del impacto simbólico o mediático
de edificios como la Basílica de Guadalupe, el Estadio Azteca o el Museo de
Antropología?
Ramírez Vázquez
está tan fuera del discurso que en clase de historia de la arquitectura
mexicana del siglo XX nunca hablamos de él. Sin embargo, yo nunca he visto en
un proyecto suyo el nivel de deterioro de, por ejemplo, la Unidad Miguel
Alemán, de Pani, de quien tuvimos por lo menos un par de sesiones. Y no es que
tenga algo en contra de Pani: yo también, como arquitecto, lo admiro
profundamente y me encantan los detalles y la volumetría y su postura
ideológica; pero pregúntenle a alguien que no sea arquitecto si conoce el
Conservatorio de Polanco y luego si conoce cualquiera de las obras previamente
mencionadas: el resultado será sorprendente.
Sí, estoy de
acuerdo que Ramírez Vázquez fue sobre todo un ser político, que más que diseñar sabía
negociar con autoridades públicas y privadas y que en general se dedicaba a
concertar a los distintos actores que intervienen en un proyecto. Sí, es cierto
que Ramírez Vázquez no llenaba esa idea del arquitecto “noble” y “poeta”, ese
arquitecto coherente consigo mismo (o sea, que se auto referencia en todos sus
proyectos), que era un arquitecto del poder, un Albert Speer región 4,
faraónico, megalómano. Es cierto que no era un teórico, como Villagrán, un
esteta como Pani, un radical como O’Gorman; pero no se puede negar que su obra
incluye algunos de los proyectos más exitosos a nivel urbano del siglo XX
mexicano. ¿Qué no al primer lugar al que llevamos a un turista es a
Antropología? ¿Y qué, pregunto, sería del futbol mundial sin el Azteca? ¿Y del
culto a la Guadalupe sin la Basílica? ¿Qué hubiera sido de las Olimpiadas sin
este personaje? ¿Qué, a poco nadie se ha dado cuenta que a la arquitectura
“seria” nadie le hace caso? ¿Nadie en este país ha leído a Venturi? ¿Nadie ha
entendido el efecto Guggenheim? ¿O será acaso que por “vernácula” y “vulgar”
prefieren dejar toda esa arquitectura fuera de la discusión? ¿Qué sobrada
soberbia decide quién sí entra al distinguido club y quién no?
Tal vez la labor
más pura del arquitecto sea lidiar con los intereses particulares y traducirlos
de la mejor manera para que sean de provecho para el dominio público. Si
tomamos esto como cierto, entonces Ramírez Vázquez es el arquitecto más
importante –aunque no sea el mejor,- de la modernidad mexicana. Y claro, ahora
que ha muerto, que lluevan los honores, que se dejen oír los arrepentimientos.
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4.4.13
De la geometría y el paisaje.
En realidad el paisaje nos asusta, estar perdidos nos da
miedo. La mente humana, racional, clasifica y define: de manera taxonómica,
asocia los comunes y segrega las diferencias. Pero el paisaje es demasiado
vasto y complejo para ser explicado de manera simple. Kant y lo sublime.
Claro, al paisaje
podemos mapearlo, podemos hablar del clima, de la vegetación, de topografía, de
hidrografía; podemos también hablar de sociología, antropología, economía o
historia. Pero aún así, si nos agarra la noche en medio del valle, no podremos
evitar sentir el miedo de estar desubicados, el miedo de lo desconocido.
La condición básica
para la existencia del paisaje es el observador. El paisaje es subjetivo. Si no
existe un punto de vista, una perspectiva, el paisaje es meramente espacio
vacío, desprovisto de significado.
Cómo me acuerdo de
la vez que fui a Tilaco. En medio de la Sierra Gorda de Querétaro (mapa,
topografía), un pueblo chiquitito en el valle (antropología, tal vez urbanismo,
mapa a mayor escala), al que se llega desde las montañas. Todo el terreno está
cubierto de arbustos bajos y poco cerrados, de unos dos metros de altura. Nunca
hay grandes árboles (vegetación). El pueblo es importante porque su iglesia
forma pate de la red de conventos franciscanos que Fray Junípero Serra
construyera en el s.XVIII y que hoy son Patrimonio Cultural de la Humanidad
(historia). Hoy, los habitantes de este pueblo se dedican principalmente a la
agricultura de consumo propio (economía).
Pero todo esto no
explica la sensación de llegar a Tilaco. Una carretera sinuosa, que va bajando
poco a poco por las laderas de las montañas, serpenteando, contenida entre los
arbustos bajos. Cada tanto y de manera totalmente aleatoria, el paisaje se abre
y se puede ver todo el valle. Acá
cerca se alcanza a ver una laguna pequeña, pero en realidad no hay nada más.
Pasamos una curva, otra curva, y de repente lo vemos por primera vez: el
campanario del convento (el resto del pueblo no se ve). Por supuesto que ante
la majestuosidad de las montañas no es nada. Tendrá, a lo mucho, unos 15 metros
de alto. Pero esta torre, color crema y tierra, domina el paisaje como ningún
árbol, ninguna montaña, ningún río lo podría hacer nunca. Y es este espectáculo
de entrar y salir del valle mientras el coche va bajando, esta emoción de estar
esperando el momento en el que vuelva a aparecer la torre, lo que hace que ese
punto del paisaje sea un destino, sea un lugar, y no simplemente otro valle en
la Sierra.
¿Por qué? La
geometría es racional, es mesurable. La geometría es impuesta como el lenguaje
es impuesto. La geometría es humana. La geometría simboliza y particulariza. La
geometría destaca. El paisaje, vacío, es el no-lugar. En el momento en que se
le impone la geometría, el paisaje se carga de significado.
En realidad el
paisaje nos asusta, pero la geometría, impuesta por lo humano, nuestro par, nos
tranquiliza.
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