En realidad el paisaje nos asusta, estar perdidos nos da
miedo. La mente humana, racional, clasifica y define: de manera taxonómica,
asocia los comunes y segrega las diferencias. Pero el paisaje es demasiado
vasto y complejo para ser explicado de manera simple. Kant y lo sublime.
Claro, al paisaje
podemos mapearlo, podemos hablar del clima, de la vegetación, de topografía, de
hidrografía; podemos también hablar de sociología, antropología, economía o
historia. Pero aún así, si nos agarra la noche en medio del valle, no podremos
evitar sentir el miedo de estar desubicados, el miedo de lo desconocido.
La condición básica
para la existencia del paisaje es el observador. El paisaje es subjetivo. Si no
existe un punto de vista, una perspectiva, el paisaje es meramente espacio
vacío, desprovisto de significado.
Cómo me acuerdo de
la vez que fui a Tilaco. En medio de la Sierra Gorda de Querétaro (mapa,
topografía), un pueblo chiquitito en el valle (antropología, tal vez urbanismo,
mapa a mayor escala), al que se llega desde las montañas. Todo el terreno está
cubierto de arbustos bajos y poco cerrados, de unos dos metros de altura. Nunca
hay grandes árboles (vegetación). El pueblo es importante porque su iglesia
forma pate de la red de conventos franciscanos que Fray Junípero Serra
construyera en el s.XVIII y que hoy son Patrimonio Cultural de la Humanidad
(historia). Hoy, los habitantes de este pueblo se dedican principalmente a la
agricultura de consumo propio (economía).
Pero todo esto no
explica la sensación de llegar a Tilaco. Una carretera sinuosa, que va bajando
poco a poco por las laderas de las montañas, serpenteando, contenida entre los
arbustos bajos. Cada tanto y de manera totalmente aleatoria, el paisaje se abre
y se puede ver todo el valle. Acá
cerca se alcanza a ver una laguna pequeña, pero en realidad no hay nada más.
Pasamos una curva, otra curva, y de repente lo vemos por primera vez: el
campanario del convento (el resto del pueblo no se ve). Por supuesto que ante
la majestuosidad de las montañas no es nada. Tendrá, a lo mucho, unos 15 metros
de alto. Pero esta torre, color crema y tierra, domina el paisaje como ningún
árbol, ninguna montaña, ningún río lo podría hacer nunca. Y es este espectáculo
de entrar y salir del valle mientras el coche va bajando, esta emoción de estar
esperando el momento en el que vuelva a aparecer la torre, lo que hace que ese
punto del paisaje sea un destino, sea un lugar, y no simplemente otro valle en
la Sierra.
¿Por qué? La
geometría es racional, es mesurable. La geometría es impuesta como el lenguaje
es impuesto. La geometría es humana. La geometría simboliza y particulariza. La
geometría destaca. El paisaje, vacío, es el no-lugar. En el momento en que se
le impone la geometría, el paisaje se carga de significado.
En realidad el
paisaje nos asusta, pero la geometría, impuesta por lo humano, nuestro par, nos
tranquiliza.
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