30.10.14

Todos mis muertos

Vino el fantasma a visitarme y lo dejé pasar.
Abrío la puerta con un ligero viento
y yo, de espaldas,
asentí.

Dejé que me invadiera poco a poco,
que me tocara la piel erizada,
que me silbara al oído su música preferida.
Y me rendí ante su presencia rota
mientras miraba al sol frío entrar por la ventana.

28.10.14

Pacto

(A partir de los indescriptibles hechos acontecidos en Iguala el 26 de septiembre y la avalancha de revelaciones espeluznantes que han seguido, defendí una postura que fue severamente cuestionada en redes sociales: tal vez nosotros somos parte del problema en tanto que legitimamos el statu quo. Entiendo que reestructurar al país se antoja casi imposible, pero acá abro un camino posible de acción en contra de uno de los síntomas de esa estructura que, aunque totalmente local e inmediato, podría servir de esquema para aplicar en otras áreas.)

Desde que se abrió la extensión Doctor Gálvez-Caminero de la línea uno del Metrobús, el uso ilegal del carril confinado por parte de los conductores de vehículos privados no ha sino aumentado. Esta tendencia, que al principio parecía un abuso flagrante por parte de unos pocos, se ha hecho tan común que ahora hasta es promovida por agentes de tráfico que, lejos de tener la capacidad —o incluso la intención, — de aplicar la ley a todo infractor (una multa de 40 días de salario mínimo y remisión del vehículo al corralón —imagínense el dinero que podría recaudarse), incitan a los conductores a usarlo.
            La lógica es la siguiente: Insurgentes Sur es, junto con la Carretera Picacho-Ajusco y Calzada de Tlalpan, la única vía de acceso para un gran número de personas que viven en el surponiente de la ciudad y, por lo tanto, el tráfico para entrar o salir de esta zona a horas pico es insufrible. Así, pues, es cierto que el hecho de que un gran número de autos usen el carril confinado reduce el tiempo de traslado. Sin embargo, esto no quiere decir que esté bien que se haga y menos, por supuesto, si esto perjudica a los usuarios del transporte público, quienes ahora sufren también del mismo tráfico que el sistema Metrobús, que ha elevado sus precios de 3.50 pesos en 2008 a 6 pesos en 2014, les prometía evitar en un principio.
Pero sobre todo, lo que se revela son dos problemas fundamentales: en primer lugar, una contradicción total entre el discurso que promueve y la realidad con la que acciona el gobierno del Distrito Federal, el cual en papel impulsa el uso del transporte público mientras que, al final, concede privilegios a los conductores de autos privados para agilizar el tránsito, en detrimento de aquellos que sí usan los servicios colectivos. Acá pregunto, si se necesitan incentivos para que la gente considere usar otros medios de transporte, ¿no sería suficiente con que no haya concesión alguna para los autos privados? Supongo que, de ser así, algunos de éstos comenzarían a cambiar de opinión.
Por el otro lado, el problema se reduce a un conflicto moral. En principio, las leyes existen para que triunfe el Estado por sobre el individuo. Es decir, a partir del Estado, los individuos cedemos el poder a un ente abstracto que garantiza que ningún otro individuo nos perjudique o abuse de su poder. Respetar la ley es, pues, respetar al Estado. Esto debería ser muy simple: si queremos que prevalezca lo común, lo público, lo que hemos construido como seres históricos, debemos luchar en contra de las individualidades que atenten contra aquel ideal.

Así, pues, el abuso del carril confinado del Metrobús es el triunfo de una mentalidad que privilegia al individuo gandalla y que atenta directamente contra el bien común. Este tipo de individuos son indefendibles, y no podemos permitir que por unos cuantos acabemos todos jodidos. Tomar responsabilidad sobre nuestras acciones y entender que lo público es primordial para la existencia de lo privado son pasos importantes para la construcción de una sociedad más equitativa; y si el gobierno no está ahí para promoverlo, somos nosotros los que tenemos que actuar.