(A
partir de los indescriptibles hechos acontecidos en Iguala el 26 de septiembre
y la avalancha de revelaciones espeluznantes que han seguido, defendí una
postura que fue severamente cuestionada en redes sociales: tal vez nosotros somos
parte del problema en tanto que legitimamos el statu quo. Entiendo que
reestructurar al país se antoja casi imposible, pero acá abro un camino posible
de acción en contra de uno de los síntomas de esa estructura que, aunque
totalmente local e inmediato, podría servir de esquema para aplicar en otras
áreas.)
Desde
que se abrió la extensión Doctor Gálvez-Caminero de la línea uno del Metrobús,
el uso ilegal del carril confinado por parte de los conductores de vehículos
privados no ha sino aumentado. Esta tendencia, que al principio parecía un
abuso flagrante por parte de unos pocos, se ha hecho tan común que ahora hasta
es promovida por agentes de tráfico que, lejos de tener la capacidad —o incluso
la intención, — de aplicar la ley a todo infractor (una multa de 40 días de
salario mínimo y remisión del vehículo al corralón —imagínense el dinero que
podría recaudarse), incitan a los conductores a usarlo.
La lógica es la siguiente:
Insurgentes Sur es, junto con la Carretera Picacho-Ajusco y Calzada de Tlalpan,
la única vía de acceso para un gran número de personas que viven en el
surponiente de la ciudad y, por lo tanto, el tráfico para entrar o salir de
esta zona a horas pico es insufrible. Así, pues, es cierto que el hecho de que un
gran número de autos usen el carril confinado reduce el tiempo de traslado. Sin
embargo, esto no quiere decir que esté bien que se haga y menos, por supuesto,
si esto perjudica a los usuarios del transporte público, quienes ahora sufren
también del mismo tráfico que el sistema Metrobús, que ha elevado sus precios
de 3.50 pesos en 2008 a 6 pesos en 2014, les prometía evitar en un principio.
Pero sobre todo, lo que se revela son dos
problemas fundamentales: en primer lugar, una contradicción total entre el
discurso que promueve y la realidad con la que acciona el gobierno del Distrito
Federal, el cual en papel impulsa el uso del transporte público mientras que,
al final, concede privilegios a los conductores de autos privados para agilizar
el tránsito, en detrimento de aquellos que sí usan los servicios colectivos.
Acá pregunto, si se necesitan incentivos para que la gente considere usar otros
medios de transporte, ¿no sería suficiente con que no haya concesión alguna
para los autos privados? Supongo que, de ser así, algunos de éstos comenzarían
a cambiar de opinión.
Por el otro lado, el problema se reduce a un
conflicto moral. En principio, las leyes existen para que triunfe el Estado por
sobre el individuo. Es decir, a partir del Estado, los individuos cedemos el
poder a un ente abstracto que garantiza que ningún otro individuo nos
perjudique o abuse de su poder. Respetar la ley es, pues, respetar al Estado.
Esto debería ser muy simple: si queremos que prevalezca lo común, lo público,
lo que hemos construido como seres históricos, debemos luchar en contra de las
individualidades que atenten contra aquel ideal.
Así, pues, el abuso del carril confinado del
Metrobús es el triunfo de una mentalidad que privilegia al individuo gandalla y
que atenta directamente contra el bien común. Este tipo de individuos son
indefendibles, y no podemos permitir que por unos cuantos acabemos todos
jodidos. Tomar responsabilidad sobre nuestras acciones y entender que lo
público es primordial para la existencia de lo privado son pasos importantes
para la construcción de una sociedad más equitativa; y si el gobierno no está
ahí para promoverlo, somos nosotros los que tenemos que actuar.
1 comentario:
Addendum: hoy (un día después de la publicación de este texto) salí a eso de las diez de la noche de la oficina. Regresando a casa por ruta habitual (Insurgentes Sur, de Rectoría hacia Villa Olímpica), me encuentro con un tráfico insoportable. Después de prender cigarro(...s), zappear estaciones y contar postes, me encuentro con la fuente del problema: un operativo de la Secretaría de Seguridad Pública impedía a los conductores entrar al carril del Metrobús. (Confieso que, en un hedonismo innecesario pero hasta cierto punto entendible, jugué con la idea de que este texto podría haber provocado esta situación -era demasiada la coincidencia..) Mi panorama cambió por completo y disfruté como niño todos los minutos del atorón. Lo más bonito del tema es que, mirando a los metrobuses medio vacíos pensaba: qué sabroso sería ahorita ir ahí metido.
Publicar un comentario