En el pequeño café al que peregrino todas las
mañanas en busca de despertar aunque sea un poquito más, a algún genio —al
dueño, supongo,— se le ocurrió la maravillosa idea de formar un club de
lectura. Pero este no es un club de lectura cualquiera: la realidad es que no
existen sesiones ni un guía; no hay críticas ni comentarios; no hay ni siquiera
recomendaciones. No, el club de lectura del café consiste de un estante, justo
debajo de la barra, del cual uno puede tomar cualquiera de los libros
disponibles. Solo existe una condición: si uno ha de llevarse un libro a casa,
tendrá que dejar uno a cambio; ecuación sencilla.
No
sé cómo empezó el catálogo, que cuenta ya con unos cincuenta títulos. Tal vez habrá
sido el dueño —o quien haya ideado este club,— que, ávido lector y en busca de
nuevo material, decidió intercambiar su colección por títulos al azar; o tal
vez fue una donación del comité vecinal, que dispuesto a promover una comunidad
más estrecha, propuso a los vecinos ceder parte de sus colecciones para conocerse
mejor. Desconozco, incluso (puesto que no sé cuánto tiempo tenga abierto el
café y si el club de lectura empezó a la par de su inauguración o después),
cuáles habrán sido los títulos originales de esta iniciativa. Lo que sí sé es
que este experimento está en franca decadencia.
Permítaseme
explicar: evidentemente quien sea que haya concebido un club con estas
condiciones confiaba en que los usuarios, tan dispuestos como él, harían su
mejor esfuerzo por mantener un estándar de calidad alto. Pero esto no ha sido
así. En cambio, algún transeúnte vivales, en chor, tenis de correr
fosforescente y bandita en la cabeza (estoy cerca de los Viveros), después de
engullirse una dona glaseada y un moka-doble-con-azúcar, decidió intercambiar
lo que tal vez fuera alguna obra maestra de la literatura (¿sería Coetzee,
Gustavo Sainz, Rosario Castellanos..?) por el emocionantísimo éxito de
taquilla, el Anuario del 50 Aniversario de la Academia Mexicana de las Ciencias.
Evidentemente este último título no ha hecho nada más que acumular polvo desde
que llegó.
Nunca
he participado porque confío en que en casa tengo una buena y variada
biblioteca; pero igual qué poca madre, pienso, cuando en lo que espero mi café
noto que una edición de Folio de Georges Perec, muy bonita y en francés, ha
sido intercambiada por la minuta del XIX Simposio para el Desarrollo de la
Industria Agropecuaria en Sinaloa, 1997; o cuando desapareció un librito de
Hannah Arendt al que le traía ganas y en su lugar encuentro el Dios mío, HAZME VIUDA por favor de
Josefina Vázquez Mota.
Francamente
no entiendo porqué la gente se empeña en demostrar su desidia ante cualquier
cosa pública, ante cualquier esfuerzo por compartir con extraños algo de valor. Tan fácil que sería ser
conciente de la calidad del libro que uno toma contra lo que uno deja; saber
que esto no es un tiradero de libros viejos que no le interesan a nadie;
aprovechar una iniciativa bien intencionada para echarse un buen libro de vez en
cuando. Pero no, a la gente eso le importa poco. Intento convencerme de que tampoco
hay que azotarse, que no es para tanto, que puede ser una oportunidad para
entender mejor al mundo que nos rodea. Y ya, resignado, confieso que he estado
echando serio ojo a la última adquisición del club: 50 Shades of Grey.
1 comentario:
¡buenísima historia Juaco!
Publicar un comentario