3.4.14

Sobre la visión del arquitecto

Un famoso concurso de arquitectura ha dado a conocer a sus ganadores: todos son proyectos interesantes, no cabe duda, como tampoco cabe duda que el jurado, atinado y bien escogido, ha elegido desinteresadamente aquellos proyectos que creía merecedores de tan distinguidos premios. Sin embargo, todos los proyectos revelan algo que, en mi opinión, es un error fundamental dentro de la visión de los arquitectos.
            El concurso en cuestión planteaba resolver un problema de movilidad en el cruce fronterizo entre Tijuana y San Diego. Las garitas fronterizas están ubicadas a un lado del río que atraviesa Tijuana de norte a sur y que separa este punto de cruce —el punto fronterizo con mayor flujo del mundo,— con el centro de la ciudad, que no debe estar a más de 15 minutos caminando. El objetivo del concurso era revitalizar la zona y ofrecer una conexión directa entre las garitas y el otro lado del río, una calle peatonal que lleva al centro.
            Sin duda un proyecto bien concebido y urgente, los resultados planteaban programas diversos para solucionar el problema. Sin embargo, todos coincidían en imaginarse un paisaje en el que el río tenía un caudal constante, armonioso, de agua limpia y lirios a los alrededores. Ahora bien, claro que un río ofrece grandes posibilidades para el diseño arquitectónico y paisajístico, y que a todo mundo se le antoja ir a sentarse a la orilla a comerse un sángüich de jamón; ¿pero de veras creen estos arquitectos que ese río en particular, en medio de un desierto en donde apenas llueve algunos días al año, se puede concebir como un río de esos que adornan ciudades en otras partes del mundo?
            No niego que el paisaje sin río es desolador: un canal de concreto de unos 20 metros de ancho y 5 metros de profundidad, en el que se ve basura y unos pastitos creciendo milagrosamente en su lecho; pero tampoco se puede negar que, cuando se llena, aunque sea unos cuantos días al año, lleva consigo toda la arena y basura y los tres pobres pastos que encuentra a su paso (y que además puede ser tan violento como lo fue el Río Santa Catarina de Monterrey en 2010). Este tipo de ríos, sobra decirlo, dominan el paisaje urbano de muchas de las ciudades del desértico norte mexicano y, como una gran cicatriz, empobrecen la calidad de vida a sus alrededores. ¿Pero qué hacer, si no ese canal, con un caudal caprichoso y su estacionalidad, que es tan fugaz como marcada? ¿Entubarlos? ¿Llenarlos de agua de piscina clorada como el Santa Lucía de la Sultana para que parezca hotel de Las Vegas?
Y sin embargo, los arquitectos —o bueno, sus renders,— llegan a Tijuana y plantean el canal como un río idílico, con gente en las orillas y una corriente constante. Por esto, pregunto, ¿para qué están diseñados estos proyectos?, ¿de veras que su vida ideal y útil solo está pensada para 1 semana al año? ¿Y si se les ensucia el agua?
            Dice James Corner que sin una imagen previa del mundo uno no puede proyectar nada. El problema radica en que los arquitectos tenemos una visión demasiado propositiva del mundo, que viene desde la raíz misma de la profesión: nos enseñan en la escuela a proponer cosas idealizadas y que solucionarán por sí mismas los problemas del mundo. Es decir que, en realidad, nos enseñan a creer que el mundo puede ser resuelto a partir del diseño arquitectónico: nuestra imagen previa nos concibe como magos que, a través de un gran diseño, podemos modificar un entorno completo.
Y venga, no está mal, no estoy enteramente en contra: creo que el diseño juega un rol importantísimo en la creación de la identidad social, y que, como señala Deyan Sudjic, la arquitectura provee el lenguaje a través del cual se desarrollan las ciudades; pero también coincido con Sudjic cuando dice que ésta se encuentra a la orilla de la discusión sobre cómo funcionan y qué deberían ser. Por esto, creo que no cabe duda que la arquitectura responde mucho más a lo que dicta la economía y la política que a los deseos formales y directamente utopistas de los arquitectos. Sin embargo, nosotros seguimos creyendo en nuestro rol de salvavidas.
Y sí, por otro lado, también entiendo el tema del render y la imagen del mundo idealizado para vender un proyecto, yo también me he enfrentado a la voracidad de la gente que lo que quiere consumir es una imagen espectacular y a la realidad de que en el fondo, de eso vivimos; pero de repente empiezo a temer que lo que los arquitectos piensan a la hora de hacer un render no es en que lo hacen por vender —lo que sería simple honestidad intelectual y un cinismo admitido—, sino en que eso es lo que va a ser, lo cual es un cinismo total por ser tan flagrantemente acrítico. Y es que para diseñar una imagen no se necesita un contexto, se puede hacer cualquier cosa y, si se ve bien, venderá.

Yo tengo fe ciega en los concursos porque creo que sacan a la luz propuestas y lenguajes novedosos, pero no creo que por ser novedoso deba perderse la conexión con la realidad que requiere urgentemente de este tipo de propuestas. No siento pertinente seguir promoviendo la visión utopista e idealizada en un contexto que necesita de soluciones pragmáticas y eficientes, que atiendan problemas reales, y me parece que, si no lo hacemos consciente, seguiremos tan alejados como lo estamos de ese mundo que, en el fondo, tal vez no nos necesite tanto.

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