En sus
Mitologías, Roland Barthes dice del turismo: “…esta calidad de turista es una
coartada maravillosa: gracias a ella se puede mirar sin comprender, viajar sin
interesarse por las realidades políticas; el turista pertenece a una subhumanidad
privada de juicio por naturaleza y que, cuando intenta tener alguno, sobrepasa
ridículamente su condición.” Por su parte, Boris Groys dice de la mirada
turística que ésta “…sustituye [a] la historia por el espacio y la
contemporaneidad. Para la mirada turística no hay historia: todo lo del pasado
es del mismo tiempo: el pasado. No hay diferencia si … tiene tres mil,
trescientos o tres años o días: la mirada turística fija el pasado y lo
sincroniza.”
Me acuerdo de esto porque me acabo
de encontrar en internet que en Cancún, la segunda ciudad mexicana con mayor
número de turistas extranjeros[1],
existe una versión apócrifa y light de Xochimilco, llamada, para que no quepa
duda: Xoximilco. En este lugar, cuya página (http://www.xoximilco.com.mx/) describe
como “un parque de atracciones”, se puede vivir una experiencia “muy mexicana”.
Porque la neta, ¿para qué ir a los cochinos canales de Xochimilco, llenos de
comercio informal y viene vienes, donde los que venden la comida son las doñas
y los dones de por ahí, cuando se puede ir a un lugar que es lo mismo pero totalmente controlado? ¿Para qué gastar
tiempo en entender el complejo sistema hídrico y la agricultura que resulta del
sitio en la cuenca del Lago de Texcoco cuando se puede reproducir la experiencia en un manglar a mil
quinientos kilómetros de distancia? ¿Para qué viajar a tan recóndito rincón de
la contaminada, insegura y abrumadora Ciudad de México cuando lo puedes tener (hey, amigou!) a 25 minutos de tu hotel
de cinco estrellas (precios más IVA)?! Además el dinero sobra: la magia
mejicana cuesta unos módicos 1201 pesos por persona.
En este lugar de pura diversión, las
trajineras (VIVA TLAXCALA) están bien construidas y las maneja un profesional
(nótese el paliacate rojo en el cuello), los mariachis no le regatearán el
precio de la canción, y el canal huele a perfume de rosas, nada de aguas verdes
y apestosas, no se preocupe. Por si fuera poco, el menú, preparado por unas
señoras muy mexicanas (si queda duda de
su nacionalidad, ¡vea sus lindos trajes típicos!, pero no pregunte de qué región
son) es una mezcolanza de la comida “típica” de esta “colorida y alegre”
nación: cochinita meets cabrito con tortilla de harina (baja en grasa) y una
rica agua de Jamaica endulzada con Splenda®, con barra libre de tequila let’sgetpissedman! y mariachi (y marimba
y jorongo) incluidos. Los mosquitos tocan las maracas y todo es fiesta y playa y Ariba Mexicou
porque al turista hay que enseñarle lo bien que nos la pasamos en este maravilloso país. We gat margaritas, güero! A la salida, claro, no se olvide de
pasar por nuestra tienda de souvenirs: ¡tenemos muñecas de tela pa la niña,
jaranitas para el niño y caballitos de tequila con el sol azteca para el jefe de la casa a precios
INACCESIBLES! Carajo, ni el pueblo mexicano de Six Flags lograba tal síntesis de
fuegos artificiales y cultura nacional.
¿Por qué he sido tan serio toda mi
vida? A la mierda todo, yo, la neta, prefiero ser turista.
Toma una corona de flores, la pone en su cabeza, y se une a la fila de conga.
Toma una corona de flores, la pone en su cabeza, y se une a la fila de conga.
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