19.1.09

Esa oportunidad de regresar

Despertaste en un tren en movimiento y no hay nadie.

Estoy en una ciudad de calles vacías, es de noche y hace frío. A mí alrededor se elevan edificios altos en cuyas cortinas se proyectan siluetas de gente que desconozco. Con la luna llena como testigo, camino un par de cuadras acompañado de hilera tras hilera de ventanas.

Te levantas de tu asiento e intentas ir hacia el vagón de enfrente, nada más para ver si ahí hay alguien. No hay nada más que un radio que toca una melodía sutil que sientes conocer.

Creo escuchar una puerta cerrándose en ese callejón. Corro, pero cuando llego no queda ni el murmuro del golpe. Quiero entrar a algún lugar pero no puedo, aunque parece que siempre estoy a punto de llegar.

Te relajas escuchando la música y te sientas y miras por la ventana. Hay un atardecer tan perfecto que sonríes. Lejos de donde estás ves a otro tren que es igual al tuyo pero se mueve en dirección contraria. Parece interminable, piensas. 

Al final de una calle larga veo a un coche que entra en ella. Se frena. Del asiento trasero baja una persona y camina dos pasos hacia la banqueta. Se agacha y deja algo en el piso. Le grito desesperado pero aunque lo alto de los edificios hace que el eco de mis palabras resuene en toda la calle, la persona no voltea. Empiezo a correr mientras la persona sube al coche, que arranca. Cuando llego, veo que lo que dejó es una taza de café. ¿Por qué alguien dejaría una taza de café en medio de la calle?

El murmullo del tren y la cómoda tonada de la música te adormecen poco a poco. Sueñas estar en un coche que avanza por las calles de una ciudad en donde no hay nadie y hace frío y es de noche y parece que la luna llena te observa. En un momento el coche –que parece que se conduce solo- frena y como jalado por algo más que tu impulso, te bajas, avanzas hacia la banqueta y dejas sobre ella una taza de café. Inmediatamente te entra un miedo enorme y regresas al coche, que arranca.

Decido tomar el café para calentarme. Al acercarlo a mis labios el olor entra en mi cabeza. Me invade un calor que conozco y que me hace sentir bien. De repente estoy en el vagón de un tren en el que iba de niño con mi madre, que me señalaba por la ventana a otro tren que pasaba por enfrente de nosotros. ¡Parece interminable!, le decía a mi madre.

Despiertas de tu pesadilla y respiras profundo. Sigues en el tren. Te asomas por la ventana y ves que el otro tren sigue ahí, igual de infinito. En la ventana de uno de los vagones alcanzas a distinguir a un niño y a su madre que señalan a tu tren. El niño, emocionado, ríe.