I
Promuevo
mi lenta agonía,
mi
caminar hacia una hoguera inevitable,
fomento
mi propio y
catastrófico
destino.
Busco
cosas que me desvíen
aunque
las busque sin querer encontrar
algo
que me
saque,
que me
mueva,
que me
diga que hay algo más.
II
Freno de
vez en cuando
(aunque
sé que no se puede frenar)
para
intentar voltear atrás,
para ver
si en
algún momento,
si en un
instante de distracción,
puedo
encontrar el punto exacto en el que tracé este camino.
(Pero no
puedo parar.
No puedo
ver para atrás.
No puedo
hacer nada más.)
III
Continuo
entonces con el rumbo de los días,
con el
tránsito marcado por una mano que parece ajena
(pero
que soy yo)
que se
mira al espejo sin reconocerse
y que
pierde la capacidad de hablar.
No tiene
sentido,
me digo,
le digo,
nos decimos,
y
echamos a andar.
IV
Y en el tránsito descubro cosas
y olvido las que dejo atrás
y siento el espeso caldo del tiempo
detrás de mí, brumoso e impenetrable.
Y adelante sólo veo la niebla
y la incierta certeza de un rumbo
que me pertenece.
Nada significan los segundos
en este espacio
blanco y unidireccional.
V
Solo existen la duda
y el deseo mortal.
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