28.1.13

El diablo en mi

Tú y yo estamos metidos en esto:
tú no lo sabes
pero yo lo sé porque
te veo desde fuera.

Tampoco sabes que yo soy ese aliento que sientes
y que respiras
y que te hace sentir cosquillitas por la espalda
cuando paso a tu lado.

No sirve que intentes tocarme porque todo está oscuro
y no hay viento
y estás solo
y el apagador queda muy lejos.
De nada sirve que alces la mano
o intentes tocarme:
no estoy ahí.

Paso lento al lado tuyo, provocándote,
sintiendo tu pánico y tus ganas de salir de ahí
mientras sientes mis pasos
ahí al lado tuyo.

y te dan ganas de gritar: lo sé
-unas ganas enormes de gritar porque me sientes,
y sabes que estoy ahí.
y no puedes más
porque no sabes qué pasa,
y entonces yo siento también algo
y sé que quieres correr pero no lo haces,
y en lo que decides te quedas ahí
en lo que el miedo invade como agua cada rincón de tu cuerpo
y yo, alejado,
viéndote todavía,
con la respiración expectante, callada para que no me escuches,
sé que la sigues escuchando y en tu desesperación
siento tu grito salir y lo escucho allá donde estás
pero también dentro de mí
y es un grito agudo
agudo
que me sorprende cuando me doy cuenta

que
yo
también
lo
estoy
gritando.

16.1.13

Soñé que morías


Soñé que te morías. Así nomás: te morías. Dejabas de existir y de respirar.
   Yo no sabía muy bien qué hacer. Claro que me sorprendía, claro que decía cómo puede ser que alguien tan joven, tan de pronto, tan sin sentido - era de veras trágico. Sabía también que los que te querían y te habían conocido iban a sufrir mucho; que tú no habías vivido tanto y que no hay nada más triste que una persona con tantas ganas de hacer cosas se vaya tan temprano. Además yo me sentía un poco culpable sin serlo, pues en el sueño tenía la sensación de haber hablado contigo poco antes de que murieras -aunque claro que esa escena no la vi, ya ves cómo son los sueños. Y no, yo sé que no nos conocemos casi nada y en realidad en el sueño no era distinto. Quizá fue eso lo que me angustió tanto: una muerte fugaz, ajena pero a la vez no, y un miedo como prestado de no volverte a ver. Lo que era claro era que se cerraba la puerta de la posibilidad de conocerte y me ponía triste de saber que te olvidaría tan rápido.

Pero no te preocupes, era una escena bonita: primero la noche en una casa azul con lluvia en las ventanas; y luego un campo entre colinas con un pasto amarillo amarrillo y un cielo azul celeste y un solo árbol por ahí, y algo negro y difuso al fondo, como una manta que volaba por un viento que solo la afectaba a ella, y alguien diciéndome algo al oído aunque yo sabía que estaba solo.
   Así supe de tu muerte en mi sueño.

14.1.13

A París con cariño.


Yo tuve la suerte de tener una novia que siempre fue buena conmigo. Desde que nos conocimos me dio la mano y me dejó pasear con ella por todos los rincones, volviéndonos confidentes, el uno del otro, y dejándonos conocer hasta que éramos casi uno solo. Ella me enseñaba sus secretos y me contó su historia completa y me llevó por sus calles favoritas, siempre solos los dos, pero siempre tan acompañados que nunca necesitamos a nadie más. Y así caminando me enseñó parques y esquinas y cafés y árboles y gente; y aunque sabíamos los dos que todo terminaría algún día, igual nos dejamos llevar por nuestro cariño.
   Ella era paciente incluso en los momentos malos en los que yo ya no podía más y me escapaba unos días en los que me iba a coquetear con otras con las que, si bien tenía momentos de lucidez, nunca terminaba convencido. Entonces regresaba emocionado y le contaba cómo la había pasado y ella me escuchaba atenta y en silencio; y yo sabía que, aunque con cierto celo, me había estado esperando para salir otra vez y tal vez bajar al río, o llamarme en la noche para ir con ella a caminar debajo de los faroles de una calle vacía.
   Y cuando se dejó caer en el invierno y se puso su abrigo largo y su manto de noche y estrellas la quise aún más y nos volvimos todavía más íntimos. Yo la veía desesperada, viendo las hojas de los árboles caer en el piso, viendo a todo el resto con sus expresiones serias, y sabía que ella se sentía mal por dejar que lloviera tanto, que soplara tanto el viento. Pero yo seguí ahí aún en los días más difíciles, y aguanté a su lado su seriedad. Mientras le contaba de tierras calientes y de un valle y dos volcanes y calles y jacarandas, y supe ver el momento cuando estaba ya cansada del invierno y dejó que regresara el sol. Entonces se vistió de gala y dejó que los cerezos florecieran y luego la primavera y todo el mundo afuera, gritándole al oído, queriendo conocerla mejor. Y yo, enamorado, fui su cómplice de la vuelta de la esquina, donde la esperaba cuando terminaba el día para ir a cenar, los dos con una sonrisa y las luces reflejadas en el agua.
   También nos divertimos andando en bici, cuando todos iban al trabajo o dormían, y yo empezaba a pedalear siguiéndola sin encontrarla, dejándome llevar por sus rutas y dando vueltas en calles en las que creía oír su risa. A veces la encontraba sonriéndome en una plaza, tal vez al pie de una fuente o sentada en una banca, y entonces la subía a la bici y nos íbamos los dos por ahí, a ver qué más había. Y veíamos a todo el resto en sus rutinas y hasta nos daba pena que no pudieran acompañarnos porque nosotros la pasábamos tan bien, ella y yo, dejando que la luz nos hiciera cosquillas y que el viento nos refrescara un poco.
   De vez en cuando nos separábamos y cada quién hacía lo suyo; y era bueno porque descansábamos un poco el uno del otro. Entonces podíamos ver a más gente y pensábamos en otras cosas y a mi hasta me daba tiempo de acordarme de mi vida anterior. Pero al final siempre que estaba lejos estaba esperando a regresar con ella para verla, para volver a salir, para volver y sentir cómo me tomaba de la mano y me decía al oído, ¿y ahora qué?, y sentir ese cosquilleo en la nuca de lo desconocido.
   Y me acuerdo que era tranquila, también, y me esperaba sin problema cuando yo me iba a un café y me ponía a leer y pedía un cortado y un vaso de agua y me quedaba ahí fumando hasta que pasara algún tiempo. Pagaba y sabía que cuando saliera ella estaría ahí afuera, lista para llevarme a cualquier lado, o hasta para acompañarme a casa si no tenía ganas de hacer nada.
   Pero como todo, lo nuestro se acabó. Después de un tiempo tuve que volver y cuando nos despedimos me regaló días soleados y largos, y dimos nuestros últimos paseos al lado del canal y vimos un atardecer en el río y hasta me dejó nadar en él. El día que me fui la vi asomada por la ventana, distante pero segura, diciéndome adiós muy a su manera, y desde entonces no nos hemos vuelto a ver. Supongo que nos veremos algún día y sabremos saludarnos y recordar lo que tuvimos, y volveremos a tomarnos de la mano y a pasear, porque ella es tan noble que sé que me recibirá con los brazos abiertos. Pero hasta que llegue ese día yo tendré que esperar, sabiendo que ella no se acuerda de mi como yo me acuerdo de ella, sabiendo que está tan ocupada, sabiendo que tiene que recibir tanta gente, sabiendo que es tan vieja y tan querida y que tiene tantos recuerdos…

13.1.13

Del domingo..


El domingo y la mañana de domingo, engañosa porque la noche parece tan lejana aún y ayer fue sábado. El domingo y la tarde de domingo: fodonga, lenta, ominosa; subiendo por tu espalda como una oruga amarilla. El domingo y la noche de domingo - la semana acaba y el sol se pone y es un punto final. ¿Y mi día, apá?

Ahora que soy más viejo los domingos en la noche me junto con unos amigos y hacemos un cineclub. El objetivo parece obvio –ver una peli,- pero no lo es. En realidad todos buscamos algo qué hacer para no sentirnos solos. Nos vemos un poco antes, por ahí de las 7, y cada quién lleva algo para cenar y una propuesta de peli. Yo siempre he intentado llevar cosas que me interesan, pelis que me recomiendan, pelis “serias”.  Obviamente nunca ganan y siempre terminamos viendo una mierda de la cual todos nos arrepentimos. Mi única conclusión es que el domingo, que te pone frente a frente con tu soledad, no está hecho para pensar. El domingo es, tal vez, la razón más honesta para querer tener una novia.

Domingo: día de Dios, día de descanso. Ni los ladrones roban, ni los perros ladran. Domingo y una fila interminable de accesorias cerradas y basura y hojas secas en la calle. Domingo y tanta gente esperando un esquite, sentándose en bancas y escuchando organilleros. Domingo y papas de carrito y quioscos llenos porque hay que salir “a pasear”, que mañana es lunes y el trabajo y otra vez la chinga.

El domingo me da ansias y fumo y veo deportes en la tele aunque no me interesen. E intento leer, dibujar, pensar - no puedo. No puedo porque estoy desesperado. Quiero salir y dar la vuelta pero sé que aunque salga todo mundo está igual, sintiendo la pesadez de un día que no sirve para nada, que solo engaña en su pretensión de ser amable cuando en realidad es un culero despiadado. Qué mexicano es el domingo. Qué ganas de que pase ya. Y yo por eso fumo y me encierro y veo deportes en la tele.

El domingo y el recuerdo de infancia de una comida en otro lado –Cuernavaca, probablemente, aunque tal vez Metepec. Un solazo. De un lado los padres y sus amigos en una mesa tomando cerveza y hablando y cagándose de risa de cosas que uno no entiende. Del otro lado la mesa de los niños-que-se-juntan. Te diviertes pero sabes que nomás caiga la noche te subirás al coche, después de despedirte de todos, y tendrás que aguantar una hora de carretera oscura pensando que mañana vuelves a la escuela. En realidad la escuela no te molesta tanto, pero la idea de regresar a ella y tomar clases y saludar a todos y tú con la cabeza todavía en Cuernavaca o en Metepec; y tienes que olvidarte a güevo porque ya es lunes y el domingo ya quedó atrás y a nadie le interesa tu fin de semana… y para acabarla de chingar esta puta carretera sin luces.

El odio al lunes es un odio forzado, importado de la verdadera pesadilla: el domingo.  El domingo y una lentitud espesa y asfixiante. El domingo y una noche que se presume de insomnio aunque puede ser que no lo sea. El domingo y un vacío, una mierda de miedo irracional al fin y a la noche. ¿Fin de qué, si mañana todo sigue? No, pero en serio, ¿qué tal si no? Y es que todos los días podría ser el fin, pero en domingo la sensación se subraya sola. ¿A poco no? Ya, duérmete. Espérame, ya voy, nomás aprieto el gatillo…

10.1.13

Humberto Ricalde o cómo responder con guante blanco


Nada, que me llegan los mails de cadena de pésames a Humberto Ricalde, gran maestro y quien murió sin avisar. Entre los que escriben están Mauricio Rocha, José María Bilbao, Victor Jiménez, etc. Un doctorsete de la facultad, de unos 40 años, escribe:

Lamento la pérdida de cualquier maestro de la Facultad, pero por favor, dejen de incluirme en sus mails generalizados y cadenas, pues asumen que el sentimiento de pérdida es compartido.

Dr. Ivan San Martin Córdova
Investigador titular
Coordinación de Investigación en Arquitectura, Urbanismo y Paisaje de la Facultad de Arquitectura


A lo que Victor Jiménez, que dirige la fundación Rulfo y se echó las remodelaciones de las casas de Diego y Frida y la otra de O'Gorman, responde:

Estimado Iván San Martín:
   Me apena que usted no pueda firmar como arquitecto, que es el grado más alto al que puede aspirar un colega, y deba refugiarse en algo tan quimérico como un "doctorado" (supongo que en arquitectura). ¿Creería usted en un doctorado en pintura? Yo tampoco...
   José Luis Benlliure llenó una vez, ante mis ojos, un curriculum vitae: puso su nombre, y abajo "arquitecto". Solamente eso. Alguien que también estaba ahí le dijo: "pero qué modesto es usted", y José Luis respondió: "no: qué vanidoso". Humberto Ricalde era precisamente eso, un arquitecto, y el título no le quedaba grande.
   Espero que usted llegue algún día a ser digno de ese mismo título...
   Ah: y si alguien lo incluyó en esta cadena cometió un error, sin duda, pero no se deje poseer por el resentimiento.

Víctor Jiménez, arquitecto...

Nada más que agregar.