Soñé que te morías. Así nomás: te morías. Dejabas de existir
y de respirar.
Yo no sabía muy
bien qué hacer. Claro que me sorprendía, claro que decía cómo puede ser que
alguien tan joven, tan de pronto, tan sin sentido - era de veras trágico. Sabía
también que los que te querían y te habían conocido iban a sufrir mucho; que tú
no habías vivido tanto y que no hay nada más triste que una persona con tantas
ganas de hacer cosas se vaya tan temprano. Además yo me sentía un poco culpable
sin serlo, pues en el sueño tenía la sensación de haber hablado contigo poco
antes de que murieras -aunque claro que esa escena no la vi, ya ves cómo son
los sueños. Y no, yo sé que no nos conocemos casi nada y en realidad en el
sueño no era distinto. Quizá fue eso lo que me angustió tanto: una muerte fugaz,
ajena pero a la vez no, y un miedo como prestado de no volverte a ver. Lo que era
claro era que se cerraba la puerta de la posibilidad de conocerte y me ponía
triste de saber que te olvidaría tan rápido.
Pero no te preocupes, era una escena bonita: primero la
noche en una casa azul con lluvia en las ventanas; y luego un campo entre
colinas con un pasto amarillo amarrillo y un cielo azul celeste y un solo árbol
por ahí, y algo negro y difuso al fondo, como una manta que volaba por un
viento que solo la afectaba a ella, y alguien diciéndome algo al oído aunque yo
sabía que estaba solo.
Así supe de tu
muerte en mi sueño.
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