14.1.13

A París con cariño.


Yo tuve la suerte de tener una novia que siempre fue buena conmigo. Desde que nos conocimos me dio la mano y me dejó pasear con ella por todos los rincones, volviéndonos confidentes, el uno del otro, y dejándonos conocer hasta que éramos casi uno solo. Ella me enseñaba sus secretos y me contó su historia completa y me llevó por sus calles favoritas, siempre solos los dos, pero siempre tan acompañados que nunca necesitamos a nadie más. Y así caminando me enseñó parques y esquinas y cafés y árboles y gente; y aunque sabíamos los dos que todo terminaría algún día, igual nos dejamos llevar por nuestro cariño.
   Ella era paciente incluso en los momentos malos en los que yo ya no podía más y me escapaba unos días en los que me iba a coquetear con otras con las que, si bien tenía momentos de lucidez, nunca terminaba convencido. Entonces regresaba emocionado y le contaba cómo la había pasado y ella me escuchaba atenta y en silencio; y yo sabía que, aunque con cierto celo, me había estado esperando para salir otra vez y tal vez bajar al río, o llamarme en la noche para ir con ella a caminar debajo de los faroles de una calle vacía.
   Y cuando se dejó caer en el invierno y se puso su abrigo largo y su manto de noche y estrellas la quise aún más y nos volvimos todavía más íntimos. Yo la veía desesperada, viendo las hojas de los árboles caer en el piso, viendo a todo el resto con sus expresiones serias, y sabía que ella se sentía mal por dejar que lloviera tanto, que soplara tanto el viento. Pero yo seguí ahí aún en los días más difíciles, y aguanté a su lado su seriedad. Mientras le contaba de tierras calientes y de un valle y dos volcanes y calles y jacarandas, y supe ver el momento cuando estaba ya cansada del invierno y dejó que regresara el sol. Entonces se vistió de gala y dejó que los cerezos florecieran y luego la primavera y todo el mundo afuera, gritándole al oído, queriendo conocerla mejor. Y yo, enamorado, fui su cómplice de la vuelta de la esquina, donde la esperaba cuando terminaba el día para ir a cenar, los dos con una sonrisa y las luces reflejadas en el agua.
   También nos divertimos andando en bici, cuando todos iban al trabajo o dormían, y yo empezaba a pedalear siguiéndola sin encontrarla, dejándome llevar por sus rutas y dando vueltas en calles en las que creía oír su risa. A veces la encontraba sonriéndome en una plaza, tal vez al pie de una fuente o sentada en una banca, y entonces la subía a la bici y nos íbamos los dos por ahí, a ver qué más había. Y veíamos a todo el resto en sus rutinas y hasta nos daba pena que no pudieran acompañarnos porque nosotros la pasábamos tan bien, ella y yo, dejando que la luz nos hiciera cosquillas y que el viento nos refrescara un poco.
   De vez en cuando nos separábamos y cada quién hacía lo suyo; y era bueno porque descansábamos un poco el uno del otro. Entonces podíamos ver a más gente y pensábamos en otras cosas y a mi hasta me daba tiempo de acordarme de mi vida anterior. Pero al final siempre que estaba lejos estaba esperando a regresar con ella para verla, para volver a salir, para volver y sentir cómo me tomaba de la mano y me decía al oído, ¿y ahora qué?, y sentir ese cosquilleo en la nuca de lo desconocido.
   Y me acuerdo que era tranquila, también, y me esperaba sin problema cuando yo me iba a un café y me ponía a leer y pedía un cortado y un vaso de agua y me quedaba ahí fumando hasta que pasara algún tiempo. Pagaba y sabía que cuando saliera ella estaría ahí afuera, lista para llevarme a cualquier lado, o hasta para acompañarme a casa si no tenía ganas de hacer nada.
   Pero como todo, lo nuestro se acabó. Después de un tiempo tuve que volver y cuando nos despedimos me regaló días soleados y largos, y dimos nuestros últimos paseos al lado del canal y vimos un atardecer en el río y hasta me dejó nadar en él. El día que me fui la vi asomada por la ventana, distante pero segura, diciéndome adiós muy a su manera, y desde entonces no nos hemos vuelto a ver. Supongo que nos veremos algún día y sabremos saludarnos y recordar lo que tuvimos, y volveremos a tomarnos de la mano y a pasear, porque ella es tan noble que sé que me recibirá con los brazos abiertos. Pero hasta que llegue ese día yo tendré que esperar, sabiendo que ella no se acuerda de mi como yo me acuerdo de ella, sabiendo que está tan ocupada, sabiendo que tiene que recibir tanta gente, sabiendo que es tan vieja y tan querida y que tiene tantos recuerdos…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola.
He reconocido al niño- adoleste que me acompañaba por el callejon de su casa y que sus padres no querian que fuera solo.
Sigue diciendo lo que sientes y lo que piensas. Un beso.