En una
presentación llevada a cabo en la Facultad de Arquitectura de la UNAM y después
de escuchar por enésima vez un discurso que si algo logra es marear pero que no
ha cambiado en nada a pesar de todas las críticas que ha suscitado, increpé a
Simón Levy leyéndole esta carta, de mi autoría:
¿Por qué mientes, Simón? ¿Por qué dices que vas a escuchar cuando
lo único que haces es ver cómo todas las voces que nunca tomaste en cuenta se
alzan para hacerte ver que tu proyecto es una aberración mientras tu, inmóvil,
lo defiendes a ultranza y lo justificas con una consulta totalmente a modo?
¿Por qué pones de ejemplo a proyectos que en apariencia son similares al tuyo
pero que tú sabes que en naturaleza son totalmente distintos? ¿Por qué te
atreves a llamar espacio público a algo cuyas reglas serán establecidas por un
privado y que será vigilado por agentes que ellos escojan? ¿Qué hay de la
diversidad, de la libertad de expresión? ¿Qué hay de la desigualdad y la
marginación? ¿Para quién haces la ciudad?
¿Qué intereses defiendes, Simón, que no
titubeas en decir que no tendremos que gastar impuestos para construir tu sueño
guajiro? ¿No te das cuenta que los impuestos que todos pagamos son para invertir
en nuestro beneficio, que no queremos un espacio público regalado a privados y
que queremos que usen bien el dinero que les damos? ¿Y ya en eso, por qué dices
que es una obra que beneficia al peatón cuando lo que haces es un espacio
inhóspito y oscuro y lleno de ruido y coches en la planta baja; la planta que,
curiosamente, es la que usan los peatones? ¿Qué si no quiero subir a tu
faraónica ocurrencia?
¿Por qué un segundo piso, cuando toda la
historia de la arquitectura los ha desechado cada vez que se han propuesto?
¿Qué megalomanía, Simón, si no es ignorancia, te lleva a pensar que el tuyo sí va a funcionar, que el tuyo sí traerá
beneficios? ¿Además, cómo te atreves a decir que el espacio público sin
programa pasa desapercibido, Simón? ¿En qué ciudad vives? ¿Cómo te atreves a
decir, en un país tan rico en manifestaciones culturales marginales y
espontáneas, que tu imposiblemente verde esperpento (porque no creas que los
árboles crecen en losas de concreto) puede servir a que éstas se desarrollen
naturalmente? Es aberrante. No, Simón, te equivocas: lo público y la cultura no
son metros cuadrados.
Lo único que he aprendido de ti es que envidio
tu cinismo y tu voluntad de acero. Por todo lo demás, creo que eres otro más
del montón; otro más que se une a la tradición política mexicana de no tener
ningún plan a futuro; de solo pensar en parches; y de ser puro discurso sin
tener absolutamente nada de fondo.
Su
respuesta no se salió del guión (¿se podía esperar algo más?). Me dijo que eran
demasiadas preguntas y que repitiera solo tres, por lo que insistí en la
consulta a modo, en que lo llamen peatonal cuando evidentemente perjudica la
experiencia a nivel de calle y en que para qué llamarlo cultural, cuando toda
la infraestructura pública para ése propósito está cayéndose a pedazos.
Contestó a la primera que la ley no los obliga a hacer consulta (léase, la
hacemos en buen pedo, no te quejes); a la segunda insistió en darme números
sobre cuánto “espacio público” se genera en metros cuadrados (lo cual refuerza
el punto: no me escuchó); y a la última, sobre la cultura, me refirió a la
página oficial del proyecto para consultar los programas. Por último, me incitó
a que “usara mi energía” para enviarle propuestas para enriquecer el proyecto.
En este punto decidí abandonar el
sitio, no sin antes dejarle claro que con él no se puede dialogar. No pienso
perder mi tiempo con gente que lo único que pretende es presumir su megalomanía
y que en ningún momento puede responder a una crítica directamente. No, Simón,
tú no entiendes que no entiendes.