Treparse en un camión de esos que viajan toda la noche: mala idea. Para empezar, se desvelan todos a los que les importa despedirse propiamente de uno. Luego, al llegar a la estación de camiones te das cuenta de que hay dos personas de servicio: un policía gruñón y el chofer, que se ve más madreado que uno mismo. Al subir al camión se pierde la esperanza de encontrar lugares vacíos y notas que se te olvidó la mantita y que el de al lado ya se durmió y que babea a diestra y siniestra sobre tu asiento. Pones las cosas arriba, te sientas, te abrochas el cinturón, prendes la lucecita de noche y resulta que no apunta a tu asiento sino a la cara del de junto, que entreabre los ojos -rojos rojos- y gruñe algo inentendible. La apagas con un disculpe y te resignas a no leer durante el camino.
El camión echa reversa y empieza lo macabro: se apagan las luces y empieza la sinfonía de ronquidos. El de enfrente parece estar arrancando cabezas, el de dos filas atrás parece camión de basura -con todo y campanita- y el ineludible bebé echa sus maullidos de hambre. Yo me concentro en dormir, pero encuentro la tarea imposible. No me caben las patas, tengo un frío de terror, y me da pánico terminar como tórtola con el de junto, que poco a poco se acerca a mi hombro. Entonces ronda la duda: ¿cómo le hacen para dormir así, de plano no duermen en todo el día o nomás hay gente a la que sí se le da esto de la incomodidad? Por si fuera poco, enfrente tengo el reloj y veo el tiempo pasar como hormigas.
El camión avanza como avanza también el vaho en las ventanas. Ahora me dedico a ver las luces pasar por la ventana, intentando adivinar de qué pueblo serán. El Goliat de enfrente decide que es hora de ir a mear y de paso darme un pisotón, suerte que no estaba dormido. Abre la puerta del baño que me queda peligrosamente cerca y aparece un tufo insoportable de pis. Cierro los ojos e intento pensar en que cada vez falta más poco. Llegamos a una caseta, llegamos a otra, pasamos un pueblo, pasamos otro y yo, más despierto que invitado con diarrea, respiro profundamente y veo al arranca-cabezas desafinar el tono y continuar con la masacre.
Un rato pasa y por fin siento las alas del sueño levantando mis pies. Dormitando alcanzo a ver el reloj. Me quedo dormido a poco de llegar. No siento que haya pasado nada de tiempo cuando una luz intensa pega en mis párpados entreabiertos. Una voz aguardientosa anuncia el arribo. No tiene ni dos segundos de frenado el camión cuando el de al lado se levanta y, enojado porque mi enorme y agotado cuerpo le "estorba", mueve mis piernas violentamente y me dice -a ver si ya te despiertas, que ya llegamos. Goliat toma sus cosas apasiblemente y baja con una sonrisa a la plataforma: se ve descansado.
3 comentarios:
chale que duro
Ey Jack! Está divertidísima la neura! Nos has hecho reír montón a mi y a la Paula.
Hoy andando en bici vi un anuncio: Se vende vigueta y bovedilla. Me acuerdo mucho de ti.
Un beso grandote!
Uy, chinga tu madre, y pensar que me toca un vuelo de 12 horangutanes... Y una escala de 13, y otro vuelo de 6.
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